Fotografías en las que la feminidad no es una postura ni un accesorio, sino una presencia que impregna el aire como un perfume tenue. Mujeres de gran feminidad —envueltas en sedas que rozan la piel como suspiros, o despojadas de toda tela, libres en su propia textura— transmiten sensaciones que van más allá de lo visual. Hablan el lenguaje de la intuición, de la emoción, de la piel.
Una mujer sentada frente a una ventana, la luz dorada acariciando el perfil de sus clavículas, transmite serenidad, sí, pero también una forma delicada de poder. No hay artificio, solo la verdad de una figura que respira armonía entre la sombra y el fulgor. Su gesto no pide atención: la convoca, como quien sin hablar pronuncia el secreto de una belleza antigua.
O aquella otra, que camina por una estancia vacía, descalza, apenas vestida con la luz, la cabeza ligeramente girada como si escuchara algo que el mundo aún no ha dicho. Su desnudez no es provocación: es un acto de transparencia, de vínculo directo con la esencia.
La feminidad en estas imágenes es un campo magnético: no reside en el contorno del cuerpo sino en la forma en que ocupa el espacio, en la pausa del instante, en la tensión entre lo que se muestra y lo que permanece velado. A veces es el roce del tul, otras veces la curva de una cadera que dibuja una interrogación perfecta contra la penumbra. Siempre es misterio, siempre es poesía encarnada.
Verlas es como leer un verso con la mirada: algo se abre en lo hondo y deja una estela. No se trata de cuerpos, sino de atmósferas. De presencias que evocan un mundo donde la belleza es un soplo antiguo y sereno, y la feminidad, un canto silencioso que lo envuelve todo.
En la Luna del espejo

...Luna llena de tiempo detenido me sorprende desbordada sobre tu cama.
En la Luna del espejo
En respuesta a su gemido...
Sensual rompeolas del deseo...


...Luna llena de tiempo detenido me sorprende desbordada sobre tu cama.
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